I. “ERAN COMO OVEJAS SIN PASTOR”
1. El pasaje de San Mateo, que leemos hoy, pinta a Jesús “recorriendo las ciudades y pueblos de Israel, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias”. En su caminar, descubre una gran miseria: “estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,35-36).
Ésta es una fórmula que, en el antiguo Israel, designa una de las peores miserias que un pueblo pueda sufrir. Así Moisés, a punto de morir, le ruega a Dios “que ponga al frente de esta comunidad un hombre que la guíe en todos sus pasos, y al que ellos obedezcan en todo. Así la comunidad del Señor no estará como una oveja sin pastor” (Num 27,17).
2. La falta de pastores, que Jesús constata, es, sin duda, una cuestión de número. Él mismo dice que ”la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos” (Mt 9,37). Pero es, sobre todo, una cuestión de calidad. En tiempos de Jesús, no faltaban sacerdotes y escribas. Pero en realidad era como si Israel no tuviese pastores. De éstos últimos Jesús dice muy severamente: “Cierran a los hombres el Reino de los Cielos. Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran… Recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la gehenna que ustedes” (Mt 23,13-15). Era la misma mala situación pastoral denunciada siglos antes por el profeta Ezequiel: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a si mismos!” (Ez 34,2).
II. “YO SOY EL BUEN PASTOR”
3. Ante tal situación, Dios prometió venir él mismo a pastorear a su pueblo: “Yo mismo voy a buscar a mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez 34,11). Promesa que repitió por Miqueas 5,1, y que Mateo ve cumplida en Jesús, el Hijo de Dios, nacido de María en Belén: “De ti, Belén, surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel” (Mt 2,6). De allí que, en muchos pasajes del Nuevo Testamento, la imagen del pastor se aplique a Jesús. Y no sólo en la maravillosa parábola del Buen Pastor del Evangelio según San Juan. Jesús es el pastor protagonista de varias parábolas que trae San Mateo: la de “un hombre que tiene cien ovejas y se le pierde una” (Mt 18,12); la del que “tiene una sola y esta se cae a un pozo en sábado” (Mt 12,11), y la del Rey-pastor del juicio final, que “separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas” (Mt 25,32). También es el pastor herido, profetizado por Zacarías (cf Mt 26,31).
Sin embargo, Jesús no quiere trabajar solo en el Rebaño de su Padre. Y decide asociar al grupo de los Doce para que “vayan a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 10,6).
III. “AL VER A LA MULTITUD, TUVO COMPASIÓN”
4. La falta de buenos pastores lo enternece a Jesús: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). Es fascinante pensar que el apostolado de los Doce es fruto del amor misericordioso de Cristo. Pero él no se queda en el puro sentimiento. Su compasión es un movimiento de su corazón, inteligente y lleno de amor, que lo impulsa a remediar la falta de humanidad que encuentra. Por ello, toma tres iniciativas: 1ª) ordena orar a Dios para “que envíe trabajadores para la cosecha” (v.38); 2ª) organiza al grupo de los Doce; 3ª) los envía en misión. Atendamos hoy especialmente a la primera iniciativa: la oración.
IV. “RUEGUEN AL DUEÑO DE LOS SEMBRADOS”
5. El Nuevo Testamento nos muestra sobradamente que la obtención de trabajadores para el Evangelio es siempre fruto de la oración. En la lectura de hoy, la oración por las vocaciones es un mandato claro: “Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Mt 9,38). Pero hay más. Jesús mismo cuando elige a los Doce “se retiró a la montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios” (Lc 6,12-13). Y en la última cena oró al Padre por su santificación (cf Jn 17,9.15.20).
La primitiva Iglesia siguió el ejemplo de Jesús. Cuando tuvo que transmitir el apostolado a otros, siempre lo hizo en la oración, porque es el Señor quien lo concede. Así, en el caso de Matías: “Señor, tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de los dos elegiste para desempeñar el ministerio del apostolado dejado por Judas” (Hch 1,24-25). Así también en el caso de los Siete Varones ordenados para servir a los pobres (cf Hch 6,6); o en la misión de Bernabé y Pablo (cf Hch 13,3); o en la ordenación de los presbíteros para cada comunidad (cf Hch 14,23).
6. Nunca cumpliremos suficientemente el mandato de Jesús de orar por las vocaciones al ministerio del Evangelio. Sin duda que la pastoral vocacional no se reduce a la oración. Comprende también la tarea de discernimiento y de acompañamiento de los candidatos según los criterios que establece la Iglesia. Pero ha de sernos claro que sin oración al Señor por las vocaciones, ferviente e incesante, no existe verdadera pastoral vocacional. Ésta, si bien ha de poner los ojos en los candidatos, nunca ha de dejar de tenerlos puestos en Jesús el Buen Pastor, a cuya imagen éstos han de ser formados. Pues la Iglesia quiere formar apóstoles de Cristo, y no “managers” pastorales. (Fuente: Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia)